Opinión

Celiaquía en Argentina: crecimos mucho pero quedan cosas por hacer

En la Argentina se estima que el 1 por ciento de la población es celíaca. Los diagnósticos crecieron mucho en los últimos años y esto es positivo, aunque falta todavía mucho por recorrer.

Por Fabio Dana, periodista, autor del libro “Yo, celíaco: la vida sin gluten”, donde cuenta en primera persona su experiencia, el cambio mental y emocional que tuvo que proponerse, la importancia del entorno y el nuevo mundo que se abrió ante él cuando logró vencer prejuicios y cuidar qué comía.

El 5 de mayo es el Día Internacional del Celíaco. Y por lo general muchos de mis amigos me preguntan: ¿te tengo que decir feliz día? Siempre aclaro que no es necesario, que no se trata de un cumpleaños, pero que es importante que se acuerden y que en definitiva el objetivo de esta fecha tiene que ver con la concientización. Eso es lo más importante.

En la Argentina se estima que el 1 por ciento de la población es celíaca. Los diagnósticos crecieron mucho en los últimos años y esto es positivo, aunque falta todavía mucho por recorrer. En mi caso, me enteré de grande, a los 46 años y casi por casualidad, cuando decidí pedir turno con una gastroenteróloga debido a un malestar intestinal que persistía luego de unas fiestas en las que había comido más de la cuenta.

La médica me hizo una serie de preguntas y entre ellas me consultó si tenía antecedentes de celiaquía en mi familia. La miré extrañado, sorprendido, y hasta llegué a dudar de su capacidad como especialista. Lo poco que sabía hasta ese momento de la celiaquía era que si comías harinas, te hacía mal. Y yo era una máquina de comer harinas: pizza, pastas, sandwiches, galletitas, alfajores, formaban parte de mi dieta cotidiana. Y nada me pasaba, me sentía bárbaro.

La doctora me mandó una serie de estudios de rutina, donde incluyó los anticuerpos de la celiaquía, y después de un par de semanas, ya pasado el malestar que me había llevado a la consulta, me hice el análisis de sangre. Pasaron cerca de seis meses hasta que volví al médico clínico y llevé esos estudios que meses atrás había guardado en un cajón sin darles mucha importancia. Allí, el clínico me dio la noticia: “Mirá, parece que sos celíaco”.

Fue un baldazo de agua fría. Me costó creerlo al principio, ya que no tenía ningún síntoma, aunque luego una endoscopía ratificó el diagnóstico inicial. Así fue como me enteré, además, que existen los celíacos asintomáticos como yo. Pero los celíacos con síntomas también son muchos y sufren, por ejemplo, de dolores de cabeza, malestar estomacal, hinchazón abdominal, diarrea, anemia, falta de calcio, problemas en la piel… Por ese motivo, a veces el diagnóstico se vuelve complejo.

La persona con esta enfermedad deambula de consultorio en consultorio buscando una solución a sus problemas, cuando en definitiva todo puede comenzar a solucionarse con una dieta libre de gluten. Dejando de la lado el trigo, la avena, la cebada y el centeno (el famoso TACC) empezamos a sentirnos mejor y dejamos atrás la enfermedad. Me gusta decir que una vez que eliminamos el TACC de nuestra dieta dejamos de estar enfermos, y simplemente somos celíacos.

Pero dejar de lado el TACC no es tan sencillo. Por un lado porque está casi en todos lados y aún en los productos en los que no está presente hay que tener cuidado, porque existe la contaminación cruzada (que un alimento sin gluten entre en contacto con otro que tiene TACC) y eso también nos puede dañar el intestino.

La dieta sin TACC dentro de nuestras casas es bastante sencilla de hacer. Podemos comer de todo: carne, pollo, pescado, frutas y verduras, productos que no tienen TACC, y también un flan con crema y dulce de leche, helados, panes, empanadas, pastas, alfajores y hasta harinas (como las de arroz, de maíz, de garbanzo o las premezclas), todo eso y mucho más, siempre y cuando el alimento tenga logo y esté aprobado por la ANMAT.

Afuera de casa es más difícil porque no todos los lugares de comida tienen platos libre de gluten y muchas veces no cuidan la contaminación cruzada (apenas una miga de pan nos puede generar un daño en el intestino). Por eso, lo social puede volverse más complejo: ir a un cumpleaños o a una reunión nos puede dejar afuera de la comida, aunque nosotros podemos llevarnos nuestros productos para resolver la cuestión. O comer antes en un lugar seguro. Lo importante de una reunión es la reunión en sí misma, el encuentro con amigos o la familia, no la comida.

En los últimos años hubo muchos más diagnósticos y eso es muy positivo; también, los productos sin TACC crecieron y mucho: hay cada vez más opciones, sobre todo en las grandes ciudades y sus alrededores, aunque siguen siendo bastante más caras que los productos con gluten. Ese es uno de los temas a mejorar: los precios, que en algunos casos son hasta un 500 por ciento más caros. Sin dudas, en relación a años pasados, estamos mejor. Pero hay que seguir concientizando para mejorar día a día la calidad de vida de todos los celíacos.

 

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